//El gato de Benider

Los invitaron a pasar, a sentarse junto al fuego. Hicieron reverencias y les tendieron pieles de jabalí sobre la hierba, para que pudieran sentarse sin ser molestados por las mordeduras de tarántula o serpiente. A cada uno le pasaron un recipiente lleno hasta el borde de una sustancia blanca con espirales rojos y un olor dulzón.
El jefe fue el primero en probarlo y asintió a sus hombres, que lo tomaron de golpe y sin duda. Los nativos sonrieron, enseñándoles dientes blancos que brillaban por el fuego, y en la imaginación exaltada de los cazadores, parecieron colmillos protuberantes como aquellos de los vampiros europeos.
Los cazadores comieron y bebieron, y los nativos comieron y bebieron con ellos, y pronto estaban ebrios y balbuceantes. Reían a carcajadas de cómo gritaban los monos, de cómo aullaban las bestias, y sobretodo, de cómo los nativos no reían ni balbuceaban.
Luego trajeron al gato. Los ojos de los cazadores se abrieron de codicia al ver la piel lustrosa, las manchas inusuales arriba de los ojos, la cola larga y delgada, los ojos como lámparas en la oscuridad. No vieron la lengua rosa que se paseaba sobre una nariz rosa, ni los labios, frondosos de bigotes, que se apartaban para dejar ver cuatro colmillos, largos como los de una serpiente.
Los hombres vieron como los nativos acariciaban al gato sobre sus piernas, y éste se tendía sobre ellos cuan largo era y ronroneaba delicadamente, haciendo temblar un pecho blanco y peludo y les pareció que todo él era como un arrullo continuado.
Llegado el momento, los nativos recogieron al gato entre sus brazos y lo pusieron con cuidado en el regazo de cada uno de los cinco hombres. Y el gato, como movido por una tentación espontánea, plantó un beso en los labios de cada uno y lo sintieron como el roce de un fantasma espeso.
Entonces los nativos les dijeron: Benider le pertenece sólo al gato, pero los cazadores no entendieron su lengua llena de aullidos y se echaron a reír. Por eso no se dieron cuenta cuando el alma se les desprendió del pecho y salió de sus bocas aprovechando el impulso de sus carcajadas. Siguieron riendo aún cuando el gato aumentó cinco manchas a su pelaje, aún cuando el gato rasguñó sus almas y explotaron como un globo.

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