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Tuesday, October 18, 2005

//La Mariposa Magnética

Cuando la mariposa magnética pasa por mi barrio son las doce del día. Lo sé porque la campana de la iglesia no deja de sonar y por eso mamá grita en la cocina que se calle. Yo sé que las campanas no le hacen caso a nadie, pero mamá no sabe eso.

La mariposa pasa por ahí con su vuelo de papalote, con el viento detrás y arrastrando las nubes desde lejos y no le digo a nadie porque seguro arman un escándalo. Mejor así, en silencio. Aunque pensándolo bien, aquella vez del cucharón también fue en silencio.

Desde entonces siempre me aseguro que la ventana esté cerrada cuando mamá y papá pelean en la cocina. No como esa vez en que mamá aventó el cucharón y le pasó rozando una oreja a mi papá. A la mariposa magnética le fue peor porque aunque sólo le pasó cerca se quedó pegada y zaz que fue a dar al suelo.

Ha de haber estado enojada porque chale con el tormentón que se nos vino encima. En tres días ya necesitábamos lanchas para ir de un edificio a otro y el cielo seguía negro y con forma de remolino que daba miedo.

Yo no le dije a nadie lo del cucharón porque le iban a echar la culpa a mamá y mejor me puse a buscar a la mariposa entre el lodazal aunque qué asco me daba.

Tuve que esperar otros dos días en lo que a la mariposa magnética se le pasaba el coraje y en lo que se bajaba el agua para poder buscarla, y mientras tenía que decir que buscaba a Totoro, y eso que ya sabía que Totoro había sido el primero en subirse al techo no más empezó el lodazal, maullando como si lloviera sólo para ofenderlo a él.

Cuando la encontré, la pobre estaba apenas viva con las antenas todas torcidas y con un ala como despintada y todavía pegada al cucharón. La despegué lo mejor que pude y la dejé ir, y se alejó como con un vuelo cojo de velero con tres cañonazos encima. Pobrecita.

Esa vez se llevó la tormenta a cuestas, arrastrando el remolino negro con sólo un par de tropiezos y todos dijeron: “¡Mira! La mariposa magnética ya decidió irse. Maldita hija de” Y entonces mamá me tapó los oídos aunque claro que oí lo que seguía.

Ahora pasa como de puntitas, como queriendo esquivar cualquier cucharón que se le venga encima y yo la sigo con la mirada y volteo a ver la ventana de la cocina porque no quiero que esté abierta; entonces la mariposa magnética se lleva el viento y las nubes tras de sí con su subir y bajar de papalote, y como la campana no deja de sonar, mamá le grita que se calle.

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