//La alfombra
Soy alfombra y me gustan los abrazos. Me gusta cuando los niños se echan boca abajo y me llenan de besos. Me gustó, también, cuando Lalo se sentó sobre mí y dijo: “Qué suavecita” y me sentí feliz. También me sentí feliz cuando el portarretratos se aventó sobre mí y me contó sus problemas, y también esta mañana cuando el florero me dio un abrazo y dejó pedacitos suyos cerca para que pudiera hablar con él sin gritar tanto.
Yo le abro los brazos a todos, al perfume que buscó abrigo, a Javiercito aunque me haya dejado manchada de rojo y el cloro haya dolido tanto, y a Ruperto cuando no podía dormir en la cama. Él también me contaba sus problemas: Huele a él, decía, y a veces en la oscuridad sacaba la pistola, pero siempre lo convencí de que la guardara de nuevo. Me sentía feliz cuando le decía a Gertrudis que yo le quitaba el dolor de espalda y me siento feliz también cuando Gertrudis me cuenta todos sus secretos, con la cara a mí casi besándome. Gerardo es hijo de Pepe, Gilberto de Iván, dice, y yo la consuelo y dejo que me moje aunque después dé comezón.
La abuela no es la única que me moja. También el techo, todos los Agostos, me moja en las esquinas y recita versos tristes porque se acuerda de Ruperto. Pero el resto del año sus versos me los dedica a mí. Eso me gusta mucho, sobretodo cuando los susurra, y siempre, después de escuchar sus palabras, me pongo triste porque no puedo abrazarlo.
Pero eso está bien, porque si yo abrazara al techo entonces no habría espacio para el ropero, Gertrudis y la cama.
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